Anécdotas de Quevedo

Es por todos conocida la agudeza de ingenio de Francisco de Quevedo. Hoy les dejamos tres divertidas anécdotas que lo pintan de cuerpo entero.

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Un día un aprendiz insistió en leerle un par de sonetos que había escrito.
Tras leer el primero, Quevedo le dijo:
—El siguiente será mejor.
A lo que el aprendiz replicó:
—¿Cómo podeis saberlo, si aún no lo he leído?
Y Quevedo respondió:
—Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabo de escuchar.

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Un día paseaba Quevedo por las galerías del Real Alcázar, cuando un grupo de cortesanos que estaban allí le reconocieron, y, sabiendo de su habilidad para improvisar versos, uno le dijo:
—¡Quevedo, hacednos un verso!
El escritor le contestó:
—Dadme pie.

Quevedo pretendía una palabra o una idea, pero el cortesano lo interpretó literalmente y le acercó su pie.

El autor, sujetando el pie, improvisó:
—Paréceme, gran señor,
que estando en esta postura,
yo parezco el herrador
y vos la cabalgadura.

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Estando enfermo Quevedo durante su cautiverio en el Convento Real de San Marcos, en León, uno de los religiosos que lo cuidaban, le trajo un caldo que más que caldo era agua caliente.
El poeta empezó a decir:
—¡Bravo caldo, valiente caldo!
Ante la pregunta del religioso de porqué era valiente el caldo, Quevedo respondió:
—Porque no tiene nada de gallina.