Vida sencilla de Octavio Paz

Llamar al pan y que aparezca sobre el mantel el pan de cada día;

darle al sudor lo suyo y darle al sueño y al breve paraiso y al infierno y al cuerpo y al minuto lo que piden;

reír como el mar ríe, el viento ríe, sin que la risa suene a vidrios rotos;

beber y en la embriaguez asir la vida, bailar el baile sin perder el paso, tocar la mano de un desconocido en un día de piedra y agonía y que esa mano tenga la firmeza que no tuvo la mano del amigo;

probar la soledad sin que el vinagre haga torcer mi boca, ni repita mis muecas el espejo, ni el silencio se erice con los dientes que rechinan: estas cuatro paredes ?papel, yeso, alfombra rala y foco amarillento? no son aún el prometido infierno; que no me duela más aquel deseo, helado por el miedo, llaga fría, quemadura de labios no besados:

el agua clara nunca se detiene y hay frutas que se caen de maduras;

saber partir el pan y repartirlo, el pan de una verdad común a todos, verdad de pan que a todos nos sustenta, por cuya levadura soy un hombre, un semejante entre mis semejantes;

pelear por la vida de los vivos, dar la vida a los vivos, a la vida, y enterrar a los muertos y olvidarlos como la tierra los olvida: en frutos…

Y que a la hora de mi muerte logre morir como los hombres y me alcance el perdón y la vida perdurable del polvo, de los frutos y del polvo.